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martes, 8 de enero de 2008

La profecía de autocumplimiento



A menudo, hacemos tanto hincapié en que algo malo no suceda que acabamos consiguiendo que pase. Este fenómeno es conocido en terapia cómo La profecía de autocumplimiento y es curioso cómo este fenómeno se puede repetir en el día a día, sin que nos demos cuenta.

Hoy he seleccionado un extracto de un libro maravilloso, escrito por un terapeuta italiano llamado Andrea Fiorenza, que nos muestra un ejemplo de cómo hacer que aquello que no queríamos que pasara, acabe pasando. El libro se titula “Cómo hacer la vida imposible a tus padres”. Una fábula sobre los problemas que surgen en cualquier familia. Sin duda, un libro que cualquier terapeuta que trabaje con familias debería leer, al menos varias veces en la vida.

Os introduzco el texto: el capítulo explica que Luca, el hijo menor de una familia, empieza hoy el colegio. La madre está asustada por cómo le irá a Luca.



…”La mujer está ansiosa y no se da cuenta de que transmite su ansiedad al hijo. En efecto, el niño se espanta empieza a gritar. Dice que no quiere ir a la escuela. La madre en plena crisis de ansiedad grita a su marido para que la ayude. El hombre, con la espuma de afeitar en la cara grita a su mujer que se calme y procura serenar a su hijo. Se acerca y, cogiéndolo de un brazo, lo sacude para hacerlo reaccionar. Lo invita a comportarse cómo un hombre. En tanto, con la espuma de afeitar ensucia la ropa del niño. La madre, presa de una crisis de nervios, trata de limpiar al niño, ensuciándose a su vez. Excitada y angustiada, la madre le cambia el jersey al niño.

[…]

En el coche intenta recuperar la calma y explicarle a su hijo que todo irá bien. El niño traga con esfuerzo y baja la cabeza como un condenado que es llevado a prisión.

A su llegada un alboroto ensordecedor de gritos, ruidos y carcajadas los acoge en el vestíbulo de la escuela. Al menos un centenar de niños juegan entre ellos., persiguiéndose, empujándose y tirando de sus padres, que intentan agarrarlos, arreglarlos el pelo y la ropa, hacerlos estar quietos. Muchos de ellos ya han hecho amistad y siguen persiguiéndose, corren en torno a Luca. El niño los mira, estudia su comportamiento y comprende que lo están invitando a unirse a ellos. Él quisiera seguirlos, pero no puede: su madre lo sujeta de la mano con fuerza, en busca de alguna maestra al que confiarlo.

Luca entonces le pide a su madre que lo deje ir a jugar con los otros niños. Finalmente le dice:

-Déjame… quiero ir a jugar.
- Aún no- responde la madre- , debemos hablar con alguna maestra.

En tanto, los niños siguen jugando. La mujer encuentra a una maestra, la misma con la que había hablado con anterioridad, y contenta pide instrucciones.

-Confíelo a nosotros- responde la maestra alargando la mano hacia Luca.

Pero la madre, aún no del todo tranquilizada, no se lo suelta. Sigue apretando con fuerza la mano de su hijo y visiblemente acongojada dice:

-Estoy preocupada, esta mañana ha llorado y no se quiere separar de mí. ¡Está espantado!- y mira a su hijo con aire maternal.

-No debes tener miedo, Luca, tú mismo puedes ver cómo se divierten todos los demás niños.- explica la profesora. Éste es precisamente el punto, piensa Luca para sus adentros. ¿Porqué los demás se divierten y sus mamás no los agarran de su mano preocupadas?

Las palabras amorosas de la madre hacen precipitar la situación:

-Sí, tiene razón la maestra. No debes tener miedo – mientras sigue apretándole con fuerza la mano- Yo me quedaré en el jardín hasta que te sientas más tranquilo ¿estás contento?

La maestra asiente como para mostrarse de acuerdo y concede esta derogación del reglamento.

Ahora Luca está verdaderamente espantado. Si la madre permanece allí, habrá un motivo, y este motivo, sin duda, depende del hecho de que él podría estar mal. Además, si la maestra le permite quedarse debe de haber entendido, ella que tiene experiencia y ve a menudo estas cosas, que la situación es verdaderamente de riesgo.

Siente los ojos de las dos mujeres puntados sobre él. Lo miran a la espera. La madre sigue apretándole con fuerza la mano, los gritos de los demás niños le llegan de lejos. De repente, el miedo se ha apoderado de él; el llanto irrumpe en el rostro. En este punto, la madre y la maestra aún tendrían alguna posibilidad de corregir la situación, pero no consiguen hacerlo. Reaccionan una vez más demasiado “amorosamente”. La madre abraza a Luca y dice:

-No llores, te llevo a casa”


Cómo vemos en este relato, la madre con ayuda de la maestra y con la mejor intención, consigue crear un problema. El miedo de la madre y la falta de confianza en su hijo, además de la “fabulosa” intención de proteger, logran crear el problema que se quería evitar: la fobia al colegio.

Me pregunto cuántas veces a lo largo de nuestra vida no acabamos creándonos nosotros esos problemas que tanto tememos: se me ocurre pensar en las ocasiones en que nos comportarnos cómo novias desconfiadas y temerosas de ser engañadas y logramos hartar a nuestras parejas, que acaban por sernos infieles; o las ocasiones en que por miedo a no encajar en un grupo intentamos no ser nosotros mismos y acabamos por comportarnos de forma absurda y siendo tachados de “raros”; o el miedo a no aprobar un examen nos puede poner tan ansiosos que los propios nervios nos traicionen y acabemos suspendiendo, por no hablar de lo fácil que es tener un accidente de coche si conducimos pensando que en cualquier momento vamos a chocar o lo fácil que es conseguir que crean que eres un repelente por intentar gustar y hacerlo todo perfectamente; etc.




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